La luz que más deslumbra
Y llegaron las lluvias, soledades
de bosques asombrados, alfombrados
de amarillos recuerdos, cien caminos
rodados por las ruedas de mi bici,
centauro de mañanas aún dormidas
en sábanas de niebla y humedad.
Y llegaron los vientos que arrebatan
las verdes esperanzas de los árboles
mientras miro los pálidos celajes
de la tarde que escapa silenciosa
más allá de las altas chimeneas.
Poeta solitario, reelaboro
cada vez más breves,
más etéreos y plácidos poemas.
Nuevas melancolías, nada amargas,
brotan en la pantalla del portátil
como hormigas que buscan nuevos granos
que llevarse a sus hondas galerías.
Y yo las sigo risueño hasta las sombras,
hasta lograr la luz que más deslumbra.
Lo mejor que tenemos de nosotros
Hay voces, luces
que son artificiales,
voces que no nos pertenecen,
luces que llegan y nos traen
fugaces alegrías y enseguida
el olvido las lleva, como el viento
a las hojas de otoño.
Son las voces, las luces
que se quedan atrás en las cunetas
de nuestra vida.
Pero son otras voces,
otras luces las que van con nosotros
tejiéndonos el alma desde niños
con hilos de familia
y aventuras de infancia…
Si atendemos un poco,
poniendo el corazón en el empeño,
oiremos esas voces que no mueren,
veremos esas luces que nos llevan
por el camino bueno,
hacia lo mejor que tenemos de nosotros.
Como volcán dormido
La soledad es
un dolor callado,
una espada que
hiere silenciosa
en la noche
lejana y rumorosa
el pecho atento de un enamorado.
Yo tuve ese
dolor, fielmente atado
a mi columna
cruel y tormentosa,
y no hubo en mi
una risa ni una rosa
que pudieran
librarme del cercado.
Cuando quiso,
pasó de largo. Nada
deja escrito en
el azar cambiante:
siempre espera
como volcán dormido.
Mas dejó tan
honda huella en mi morada,
que me hice a su herida como amante
que no puede
olvidar a quien le ha herido.
(De Autobiografía del otoño)