domingo, 27 de diciembre de 2015

DE NAVIDAD Y REYES






I.

Y llegaba el momento repetido
de vivir otra vez la Navidad,
aquel rito sagrado de familia
unida alrededor de unas canciones
que a veces eran demasiado tristes,
La Nochebuena se viene, la Noche-
buena se va, y nosotros nos iremos
y no volveremos más… Y nosotros
volvíamos otra vez, siempre volvíamos
a repetir la tradición; la escuela
cerraba sus cristales sin masilla
y frío en los pupitres, y en la plaza,
en el rincón de sol nos reuníamos
los amigos para hablar de musgo
y de figuritas de Nacimiento,
ovejas de patas de alambre y corcho
para las montañas. Siempre volvíamos
a dejarnos abrazar por el invierno,
por el beso blanco de la Navidad
y las cosas pequeñas de la casa;
a encender el brasero en la plazuela,
mi hermana la badila y yo el soplillo,
mientras las ondas de la radio ardían
con las bolas del bombo… Y por la noche
al calor de la camilla con faldas,
la familia cantaba villancicos…

 



II.

Yo miraba a mis padres tan alegres,
cantando aquellas letras repetidas,
con pastores y reyes que adoraban
al Niño que acababa de nacer,
y por dentro lloraba presintiendo
que alguna Navidad ya no estarían
cantando tan contentos con nosotros
y se haría realidad aquella letra
que decía Y nosotros nos iremos
y no volveremos más, y simulaba,
cantando, estar contento como ellos,
y comía un pedacito de culebra
de mazapán, pequeño, muy pequeño
para que me durara hasta los Reyes…



 

 
 


III.
 
¡Qué momento vivía la vigilia
de aquella fiesta mágica! Mi padre,
aquel trabajador que de trabajo
enfermó tantas veces que murió
de cansancio, mi padre, simulando
un ruido misterioso en la camilla,
nos decía “Ahí están, ya han llegado,
recoged en la sala los juguetes.”
Y salíamos volando hacia la magia
--en la mirada la ilusión más pura--,
y allí estaba el caballo de cartón
que orinaba si le echaba agua,
y la muñeca que cerraba los ojos
cuando, tierna, mi hermana la mecía,
y la pelota Gaviota que saltaba
más que ninguna en el rincón de tierra
de la plaza del alma…
                                   Ningún frío
podía con nosotros. La posguerra
se escondía en las tapias, más allá
de los miedos, la delación y el hambre,
para que pudiéramos vivir la Navidad,
la eterna Navidad pese a la letra
terrible de… Y no volveremos más.

(De CLARABOYA Y DESVÁN, 2014)