miércoles, 27 de enero de 2016

CORAZÓN AL NOROESTE



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I.
La amistad es un río que se pierde de pronto
en arenas de olvido y de repente
reaparece en el cauce
de la fidelidad,
llámese infancia, corazón tocado
o sabor de sempiterna aceitada
y caluroso orujo. La amistad
es una noche atenta a las anécdotas,
recuerdos o canciones,
al pan y al vino frutos de la tierra,
carne de la memoria, aceña viva
que muele el trigo sano y fiel y puro
de la fidelidad,
pese al olvido o la palabra dada
que el tiempo y la distancia siempre tuerce
y la saca de madre y la envenena.
 
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II.
La amistad es a veces una cena de gloria
que alza copas en andamios de ayer,
copas colmadas de presente.
La tierra alrededor sonríe y calla
extasiada en cantados horizontes
donde el vino y el pan maduran lentos
y los hombres encienden con su trabajo el alma.
La tierra extensa calla, da una tregua
y espera las pisadas sin rencores,
lo mismo que desea ver un día
alzarse entre sus surcos la cosecha.
La gente se sincera.
Claramente las aguas remansadas
se ponen otra vez, llenas de vida,
a caminar por campos y arboledas,
la nostalgia vencida y el Postigo
puesto ya, para siempre, en cuarentena.
 
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III.
Estoy en la plaza de la infancia, en vano
busco aquellos balcones y aquel aire
que movía la hiedra enamorado.
Sólo siento pasar
el río del tiempo por mi alma,
pasar sin luz y ausente.
No le importa a la ciudad impávida
que yo haya vuelto como el hijo pródigo
a su muralla antigua y traicionada.
El Duero sigue
desmadejando el agua en las  azudas.
Y no tiembla mi mano al saludarle
ni al despedirme de él. Todo me sabe
a eternidad diaria,
al fuego del vino o la aceitada.
Estoy en la plaza de la infancia,
un recinto donde se rompe el sueño
con el ruido de mis pasos,
y la casa en que nací es hoy hostal,
sin memoria de aquellos tres balcones
y el aire que movía aquella hiedra.


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IV.
Yo he venido a mi tierra para librarme el alma
de las dulces celadas del pasado,
azudas y vencejos, amigos y aventuras
de otros cielos quemados, de otras aguas vividas.
¿Misión cumplida? De repente,
de retorno al hotel de madrugada,
me topo con tu calle, Claudio amigo y poeta,
y resbalo de nuevo y casi vuelvo
a caer en las dulces telarañas.
Con Abrantes he hablado todavía
de ti y de tu silencio, de versos aprendidos
a la orilla del río, en las cantinas
con un vaso de vino entre las manos.
Y he sentido otro vino bajarme por las sendas
más débiles del alma, y la ebriedad
de las rosas antiguas me ha vencido.
 
 
V.
Y sé que luego, pronto, cuando doble
la esquina de la noche y me reciba
la tierra de adopción bajo otro cielo,
algún jirón del alma habré dejado
en esta tierra nuestra de traiciones
y perdones profundos. Sigue aún
la herida abierta y pesan demasiado
las viejas emociones en el alma.
Sigue siendo difícil escaparse
del todo de estos vientos de la tierra
por donde van palabras de aceitadas
de azudas, de murallas, de vencejos…