viernes, 15 de julio de 2016

VOCES DE TRASTIENDA

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Lo demás son voces
de trastienda, ladridos
a la luna. Vive ahora.
Después es todo verso,
campana de ceniza,
pasto para el recuerdo.

En nuestras aburridas
existencias cotidianas,
una lágrima, una espina
nos hiere de repente
y nos lanza al océano
de la necia maldad
sin darnos tiempo a nada.

La deleznable arcilla
que late en nuestra piel
se aburre diariamente
con la moral al uso,
engañando al gusano
que espera en la manzana
dormida del espíritu.
 
Hay personas, no obstante,
que se apasionan fieles
con el encanto ciego
del pasar cotidiano.
Las entiendo, y a veces
me duele no poder
ser también como ellas.

Y entregarme a la siesta,
indulgencia mezquina,
o al paseo en el bosque
cogido de la mano
de la novia de entonces
mientras brilla el amor
en sus quietas miradas.

¿Cómo vencer al mal?
¿Servirán los placeres,
incluso los pequeños,
liarse un cigarrillo,
la cama y el abrazo
para sufrir la fusta
del mal sobre la espalda?
 
¿Servirán los placeres
más sublimes, el verso,
la caricia que alivia
la hiel del corazón,
el amor que predica
la severa humildad
contra cualquier ofensa?

¿O el mal acaba siempre
con la buena intención,
los sueños, los poemas,
el amor y el perdón,
como si demostrase
que siempre esconde espadas
en sus palabras buenas?

La causa de mi idioma
se basa en el dolor.
Pero no dejaré
que la música triste,
que la inútil monserga
me redacte los versos
que me exige la vida.
 
Y aunque sufro y me duele
la pus de la existencia,
el mismo sufrimiento
es rabia y fuerza y ganas
de seguir caminando,
de seguir reclamando
lo que es tuyo y es mío.

El temor a la muerte
y el dolor son caminos
que nos hacen sentir
más caliente la vida,
aunque caigan más lluvias
y a veces nos aguarden
febriles almohadas.

También la vida es  sala
de hospital, valle umbrío
donde vive el sollozo,
opacas oficinas
donde el polvo del tiempo
va velando la luz
que aún tiembla en nuestros ojos.

Si pudiera esputarse
en un verso la bilis
que acorrala las almas,
sería todo fácil,
igual que desprenderse
de la ropa manchada
con mentira y vileza.

Y luego respirar
profundamente, dar
al frente un nuevo paso
de estrenada inocencia
sobre el asfalto puro
de una calle recién
inaugurada y libre.
 
Pero aquí nada es fácil:
el sello de la arcilla
es crecer con dolor,
esperanza sin fondo,
frágil ola que acaba
en la playa sin alba,
sin peces de la muerte.

El pecado, la trampa
--tan humanos, tan nuestros—
son signos de la vida.
La virtud, la inocencia,
el miedo y la esperanza
son sólo hojas que alfombran
la tristeza y el tedio.
 
Espada corporal,
viento atento del alma,
caballo volador,
vivificador aliento
de ancestrales culturas…,
¡la vida verdadera
del vivir sano y justo!
 
Tal vez sea la hora
de retener el brillo
pequeño, solitario,
que alegra la existencia,
vivirlo intensamente
pese a la parquedad
de sus hondos matices.

Quizás es hora ya
de ser mujeres, hombres
a secas y gozar
de nuestras indulgencias,
los mimos familiares,
los placeres comunes,
la vida, finalmente.