domingo, 6 de septiembre de 2015

LA ESPIGA GENEROSA DE LA INFANCIA


 
Resultado de imagen de LAS ACEÑAS Y EL PUENTE DE PIEDRA
 
 
Y miras todavía
el cielo aquel de lluvias y vencejos
que tú viviste un día, cuando niño,
aquél del que bajó la muerte en ira
y dividió a los hombres
en panes enemigos.
Maldad oculta,
trinchera abierta aún.

Y miras estos campos, esta carne
que crece con los dedos y el cuidado
de la gente del pueblo, los labriegos
y los poetas.
Y son los mismos campos
que aquellos que te dieron
la espiga generosa de tu infancia.
Estos campos que un día
también se convirtieron en mordazas
para bocas hermanas, en sepulcros
para sueños de niños.


Azules de aguas puras de la infancia,
ocres de las aceñas que molieron
un tiempo de aventuras.
Puente de Piedra,
cordón umbilical entre los barrios
y la ciudad de la muralla vieja.
 
Colores que se encienden en las torres
y se apagan, dormidos, en los juncos
del soto de San Frontis.

Colores que espejean y repiten
las formas que no mueren de aquel tiempo
en que sólo bastaba
vivir para vivir
y alguna vez soñar más de la cuenta.


¿Dónde el barrio aquel que yo creé?
Los nidos de vencejos, la noria de la huerta,
los carros, el potro del herrero...,
no responden al gesto de mis ojos
ni al urgente reclamo de mi alma.
¡La casa y sus balcones, la luz que llueve afuera,
el puente umbilical de la ciudad y el barrio...!

Los milagros no existen:
sólo el tiempo que rompe la atadura
que mantiene sujetas brevemente
las cosas a sus dueños.
                                     Ya no es nada
lo mismo que fue ayer, ni yo tampoco
volveré a ser los ojos que bebían
la magia de mi barrio con su río,
ni aquella fuerza pura que encontraba
tan extenso el milagro de los días.