miércoles, 27 de mayo de 2015

SIEMPRE VOLVEMOS A CASA



Resultado de imagen de ZAMORA

De pronto,
camino de mi casa,
me veo rodeado de figuras
con rostros de tormenta y brazos de hojarasca.
Y aquello que fue hermoso
--la luna sobre el río, las aceñas en marcha,
las flores del almendro,
un susurro de amor a mis espaldas…--
ya no basta para tejer un verso
porque me faltan las palabras.

Y de pronto una música
familiar y sencilla
me abraza suavemente.
La niebla se disipa,
los cepos de los pies desaparecen
y los ojos se libran
de aquellas pertinaces telarañas.
Nueva luz me ilumina.

La música es un llanto de dulzaina,
una vieja tonada de mi tierra,
un bolero que es hoy reliquia fría,
como el traje bordado de una fiesta
o una jarra de alfar que ya no gira
del torno en la solícita madera.

Tras el llanto nasal de la dulzaina,
aparece ante mí aquella plazuela,
aquella casa de los tres balcones.
Y huele a primavera,
a aroma de la infancia
que sabe ser eterna.

Yo había crecido aquí junto a las gentes
y cosas que hoy reposan en cenizas,
en polvo de desván vacío, antiguo,
exento de esperanzas y promesas.
Aquí sigue el recuerdo,
aquí sigue la plaza,
y sobre mí el cielo azul
y vuelos de cigüeñas.



Como anillo en el agua
que una piedra al azar provoca ciega,
sigo siendo romero
que camina al origen de  su esencia.
Caminar siempre a casa:
ese es el gran secreto, la gran prueba.
Caminar siempre a casa
aunque nunca se llega.