miércoles, 23 de octubre de 2013

POEMAS DEL TREN





I.
 
¡Qué verso tan ligero
escribe el palomar
junto a la vía!
No da tiempo a medir
sus sílabas de vuelos
y zureos de amor.
Antes de que lo leas,
desaparece la página
donde el vértigo escribe.
 
¡Qué distinto es el verso
de las lomas lejanas,
en los ojos inmóviles!
Apenas se deslizan,
apenas se disuelve
su azul en tu mirada.
 
Los dos versos componen
el placer de la marcha.
 
 
II.
Y miro a la ventana
donde se enmarca un mundo
que no se para nunca,
que dice siempre adiós.
Pero marcho tranquilo
porque sé que a la vuelta
ese mismo paisaje
me volverá a mirar
diciéndome adiós siempre
prendido en la añoranza.
 
El palomar, las lomas,
el monte y el ciprés.
Siempre quietos mirando
en su inquieto pasar.
 
 
III.
 
Antaño, en el verano,
subido en aquel tren
que a Zamora llevaba
mis quimeras de niño,
los amantes rumores
del hierro y la madera
insistentes decían:
“Maquinista fogonero,
tira tú que yo no puedo.
Maquinista fogonero,
tira tú que yo no puedo…”
Los pueblos, las montañas,
las flores del talud,
las nubes en lo alto…,
a mi lado seguían,
como el bello deseo
de llegar a Zamora,
sin que nunca llegara.
 
De niño, hasta el verano
se llenaba en el tren
de bendita esperanza.
 
 
IV.
 
La familia al completo
cruzamos toda España
llevando en las maletas
la esperanza en mil sueños.
Mis padres, mis hermanos,
yo mismo… Una sonrisa
de fe nos alumbraba
los rostros en las sombras.
Era julio, la noche
un palio de esperanza,
y el tren el pasaporte
que nos llevaba a un mundo,
aunque ignoto, repleto
de proyectos y andamios.
Hay recuerdos benditos
que mantienen en alto
la ilusión de una vida.
 
 
V.
 
Siempre sigue mi mente
despierta sobre el trueno
del tren sobre las vías.
Y con nada que quiera,
puedo hablar con mi padre,
ayudarle a ponerse
el abrigo y prender
su eterno cigarrillo.
 
Y mirar tan ufano
al paisaje que sabe
tenerme como amigo
y a escribirme los versos
que nadie ha escrito nunca.
Y eres tú, tren, quien hace
con tu casa encendida,
con tu acción de alejarte,
el milagro incorrupto
de no envejecer nunca.
 
 

viernes, 11 de octubre de 2013

POEMAS EN LA ISLA DEL TEIDE


 
I.
 
De noche la isla es un océano
de luces bajo un cielo donde llueve
y el viento zarandea el parabrisas.
 
De sur a norte, en busca de un destino
que nos rechaza, el bus
nos lleva, peregrinos de lavas
y dragos que convierten los jardines
en plazas para brujas.

De noche, camino del océano,
la isla es una niña
que se encoge ante el viento temerosa.

No hay rastro del monte de la nieve.
Quizá mañana,
a la luz de otro día,
vuelva a ser Tenerife la señora
coronada de espuma,
entre escollos de lava.
 
 II.
 
Mientras tomas el sol sobre la hamaca
y recuerdas tal vez tu viejo mar,
a tu espalda el océano golpea
los muros de Martiánez reforzados
con escollos de lava.
De pronto convertida en sirena extranjera
de pie meticuloso,
entras en las piscinas del océano domado
azul turquesa
y a brazadas alcanzas el islote
habitado de jóvenes sabinas.
 
Desde allí me bendices esta calma
que disfruto, la calma
que por detrás de los hoteles sube
con la tierra a las nubes que se besan
eternamente sobre las montañas.
Este es nuestro refugio
ahora, lo demuestra
esta paz que tenemos y nos tiene,
aunque ahí, al otro lado
de esos muros ataque
eternamente el pertinaz Atlántico.
 
 
III.
 
Cuando sople aquí el viento
todo el cementerio olerá a romero.
 
Entre las tumbas pasa
sus horas el domingo de paseo.
 
La gente habla entre sí
mientras riega las flores de sus muertos.
Y los nichos parecen
los patios andaluces por sus tiestos.
Sobre las cruces,
entre tules de cielo,
asoma su presencia el dios del fuego,
el Teide paternal que ampara
la paz del cementerio.
 
 
IV.
 
Los tranvías persiguen el trazado del tiempo
bajo un periplo extraño de celajes.
Mientras vemos en los arcos morunos
el azafrán más barato de la isla,
si lo comparamos con el que vimos
en la Casa de los Balcones,
casi un robo
si no fuera el turismo su razón.
 
Aún veremos semáforos y plazas
con dragos escondidos, aún daremos
con la Casa de la Amistad,
antes de entrar en la plaza de España
y verla como después de una guerra,
a la vista de los viejos volcanes aserrando
las gasas de las nubes atrevidas.
Miramos hacia arriba.
Siempre en la isla hay que mirar al cielo: 
allí nace la luz
y vive el padre Teide derramando
sus bendiciones sobre las domadas
piedras, estatuas
que vigilan atentas desde el sueño
los ecos de las balas, los insultos
que el cainismo sembró por estas calles
de los pueblos pequeños, más callados,
desde el ardiente sur hasta el altivo norte,
pasando por la estepa de quijotes
y sueños de molinos sin futuro.
 
 
 
 

 

martes, 1 de octubre de 2013

CUARTETO GALAICO



 

I.
 
Frente a un Calvario duerme fiel su muerte
dama de piedra que fue señora un día
de algún pazo gallego.
Al otro lado del altar,
en otra larga muerte ensimismado,
en larga piedra duerme quien fuera su señor.
Y en medio, la lluvia, pinos altos que rezan.
 
Me pregunto cuál fue la soledad o el alto amor
que enredó sus madejas. Dos escudos
relatan sus rápidos linajes
sin heraldos. Quizás una leyenda
tejió su soledad o su alto amor.
 
Ceniza mojada por la lluvia.
Todo está entre estos muros,
bajo el techo silente de la iglesia.
En Cambados, el sueño de granito,
la muerte de la muerte y estos labios
helados en la flor de una sonrisa.
 


II.
 
Me pregunto si este acto de amor de Portonovo
algo tiene que ver con las plegarias
de los altos pinos que ahí, amantes,
rezando, se besan bajo el viento
y ofrecen su prisión a algún dios celta
que les oye en la lluvia.
Amamos como ellos y rezamos
para alargar el hilo del momento.
Los rumores, los gemidos mojados de los pinos
acompasan los besos, los abrazos,
la siembra y el silencio.
 
Me pregunto si este acto de amor de Portonovo
es cosa de la ría,
del mágico obelisco que a unos pasos,
sobre el cantil, señala otro destino.
No sé, pero ahora quieto,
mientras mis manos sueñan todavía
con tu ternura, sigue
siendo el lecho la playa donde el mar
se apacigua y yo un niño
absorto en su inocencia.


 
 

III.
 
Andando hacia la ría
por el camino nuevo de los pinos,
tocamos de repente el aire blanco.
Un poco más y vemos la piedra en el cantil,
obelisco, menhir, magia actual
que nos quita de pronto el barro oscuro,
la torpeza de ser adultos. Niños
en manos del hechizo, caminamos
hacia el borde de vértigo. No hay miedo:
volamos sin nostalgias.
Sólo niños, subidos al cristal
donde el tiempo es un brillo que se queda
brillando en una arista.
 
Adiós, ya volveremos
a la hora de hacernos otra vez
los casados que ocupan una mesa
al lado del piano en el salón.
Ahora ...
Sólo está el obelisco, menhir celta,
marcando nuestra cálida deriva.


y IV.
 
Esta noche es la última.
Dios sabe cuándo habremos de sentirnos
tan libres y tan niños como ahora.
Los pinos y sus besos
serán versos un día, pero ahora, esta noche
son testigos de vida.
Como el fuego que hace arder el orujo,
el azúcar quemado, los granos de café
o la olla donde cantan las brujas.
 
La fórmula hechicera, la joven hierofante,
las sombras como hiedras trepando en las columnas
del salón. Y nosotros,
rezando la oración de la memoria,
endulzando las hieles del pasado
con estas mieles. Bebo
lentamente la taza de los ritos
sin que se cuele aquí el granizo oscuro
de lo que espera luego. Sólo cuenta
este embrujo de ahora,
caliente y duradero, de la maga Galicia
que nos da en un instante la luz de su misterio.