lunes, 5 de septiembre de 2016

ESTUDIOS PARA UN VERANO I



Recuerdo del poeta Georg Trakl

 

A la sombra momentánea
de esta mañana calurosa de julio,
leo al poeta vienés Georg Trakl,
su dolor,
su doloroso camino de veintisiete años.

Aceptó lo que dijo otro gran poeta
del sufrimiento, Hölderlin:
“Somos hijos de la tierra y como tales
estamos sujetos al dolor más que a la dicha,
que siempre es momentánea.

Como esta sombra de julio
en que leo el dolor de Trakl,
hecho mitología del abismo humano,
lucha constante entre el bien y el mal,
casi siempre vencedor y que al final se lleva
la victoria extrema de la muerte.

Cada uno es lo que es gracias a lo que no es,
y si es poeta, escribe lo que se va, lo que se pierde,
incluido él mismo, su cuerpo y su sueño;
escribe tragedia pura y dura.

Y ese es su don, como el de Claudio Rodríguez,
otro poeta que luchó sin tregua
y nos dejó al morir la luz de su mirada,
como Trakl, que dejó dicho:
“Tan indecible es todo, Dios,
que caemos de rodillas conmovidos.”

Y sin embargo,
desde que escuchó la voz inexorable de la eternidad,
nunca más se preocupó de la felicidad o de la tristeza:
dos silencios apagados ante el tiempo.
Sólo el corazón se empina sobre ellos;
sólo la luz azul del niño que fue un día
se yergue sobre las sombras como un dulce canto.

¡Este canto que me refresca ahora,
que parece que el calor de julio da una tregua!



 
El baile

Llega un momento en la noche ardiente
que sólo la música baila en la pista.
Los cuerpos, fatigados y sudorosos,
contemplan extasiados desde las butacas
cómo sus almas incansables,
enlazadas entre sí, bailan el tango
que habla de un caminito
que el tiempo ha olvidado
y juntos un día vivieron los dos…

En el hotel, los huéspedes miran
con nostalgia a la pista de baile,
tal vez recordando otra vida,
cuando eran más jóvenes
y el calor del verano no les acobardaba
ni les cansaba tanto como ahora,
y el corazón, bailando, les lanzaba
a la pista, y las piernas
con nervios y músculos de música,
recorrían cien ruedos de pasodobles
y mil vuelos de cumbias…

Pero en este calor sofocante de julio
los cuerpos, con mucha edad acumulada,
sudorosos, cansados, se conforman
con que bailen sus almas.



 

Mi amiga poetisa

                                A Dori, in memoriam

Hoy bajo el calor de julio
se me ha ido una amiga.
 
Media vida de libros,
de entrevistas de radio, de tertulias,
he pasado con ella.

Aún me parece estar oyendo
su voz multiplicada con requiebros
y murmullos del agua en primavera,
con oro de los campos en verano,
con frágiles transparencias de otoño,
y cristales recoletos de invierno.

Ella era chiquita como el frasco
que contiene el perfume más profundo,
y siempre una sonrisa le bailaba en los labios
como el pétalo de una amapola acariciado por la brisa.
Su compañía transmitía una paz especial,
hecha de cosas sencillas
y latidos de corazón sincero.

Sólo siento que el brillo de azabache de sus ojos,
que ahora recuerdo con tanta claridad,
con el paso del tiempo se vaya disipando.
Entonces me refugiaré de nuevo
en el nido caliente de sus poemas.





 
 Lluvia en verano

El cielo oscuro:
con una lluvia lenta
se escapa julio.

Una cortina
suspendida del miedo
como una herida.

Bajo las ruedas
la sufrida pinaza
roja se queja,
igual que julio,
que el calor amortigua
con este llanto.

Todo se va:
mis pies veloces buscan
la luz del mar.
Y cuando llego,
los brillos de la espuma
ciegan el tiempo.

Dulce camino:
ha valido la pena
continuar vivo.