jueves, 18 de junio de 2015

ESCRIBO DESDE ESPAÑA (I)






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BIEN DECÍA DON ANTONIO

Bien decía don Antonio,
el que a Collioure fue a morir,
que en España siempre acecha
suelta el alma de Caín.
Sólo estelas en la mar
hay que dejar al vivir,
estelas de buen hacer,
cuidar el común jardín
en vez de plantar a solas
odios en un cuchitril,
cizaña que asfixia el trigo
que nunca llega a cumplir.
Bien decía don Antonio,
que tras la guerra civil
murió fuera de su patria
en un marzo frío y gris:
una de las dos Españas
romperá nuestro perfil.

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TANGO PARA FERNANDO FERNÁN GÓMEZ

Me entra un llanto que no aguanto
sólo al pensar que, de muerto,
no encontrarás en tu huerto
a tus amigos del canto.
¡Ay, Fernando Fernán Gómez,
el de pelo rojo y crespo,
el de escuálida figura,
el de voz de ronco trueno!
Quiero recordarte vivo,
vivo en tramoyas y atrezos
Cuando vestías la escena
de Balarrasa o de Abuelo,
cuando todos te aplaudían
las palabras y los gestos,
en tiempos de pan oscuro
y en los años menos negros,
en dictaduras “sagradas”
y en socialismos “austeros”.

Me entra un llanto que no aguanto
sólo al pensar que, de muerto,
no encontrarás en tu huerto
a tus amigos del canto.
¡Ay, Fernando Fernán Gómez,
obligado viajero:
primero, a ninguna parte;
ahora, a tu destino eterno.
Quiero recordarte vivo,
vivo en furias y denuestos,
mandando a la mierda al mundo
cuando lo mueve el dinero,
la falsedad del olvido
y el rencor de los recuerdos.
Quiero recordarte vivo,
en Lazarillo harapiento,
en profesor liberal,
en hombre llano del pueblo.

Me entra un llanto que no aguanto
sólo al pensar que, de muerto,
no encontrarás en tu huerto
a tus amigos del canto.
¡Ay, Fernando Fernán Gómez,
cómo decirte que espero
para ti aquella fortuna
del más grande caballero
que soñó entre Maritornes
e ingratos aventureros
y dobló el cuerpo al aplauso
muriendo al fin santo y cuerdo.

Me entra un llanto que no aguanto
sólo al pensar que, de muerto,
no encontrarás en tu huerto
a tus amigos del canto.



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BARCELONA CON GARCÍA MÁRQUEZ

Las fuentes, las palomas, las estatuas,
Gabriel García Márquez, un turista
cualquiera en Barcelona. Trae un libro
lleno de soledad, cien soledades
o cien años de lucha y de sueños
tocados por la selva del dolor.
Las fuentes, las palomas, las estatuas,
los vinos y los güisquis. Eran años
de izquierdas disfrazadas de derechas
que soñaban con el fin de los bárbaros
franquistas mientras iban trajeados
al Boccaccio y jugaban a bohemios
entre besos y satenes. Cuando yo
había dejado ya la bohemia light
de sangría y sardinas, versos, cuadros
por Petritxol abajo hacia el misterio
del último tranvía a Poble Sec.
Cuando aún era joven y soñaba.

Eran ya los setenta, cuando Gabo,
convertido en el mago de Macondo,
explotaba su magia en Barcelona
y llamaba de tú a tantos dioses
que regían el cielo de las páginas:
los Biedma, los Barral, los Goytisolo.
Las lágrimas se ahogaban en alcohol
y sexo hasta que el alba por las Ramblas
subía despertando a las floristas.

Yo pasé de la página catorce
y me quedé soñando con Melquiades
y su sombra y su luz y su sepulcro.
Desperté con resaca años después
cuando ya era mayor y no podía
volver a aquellos ríos babilónicos
de vino por las tascas del Raval
y escribí este poema para al menos
no sufrir el olvido del olvido.


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ESCRIBO DESDE ESPAÑA  

Escribo desde España, patria de Don Quijote,
la que buscó en la empresa del corazón sincero
la alegría del mundo, la paz de la familia
y el amor que reparte la luz entre los pueblos.
Escribo desde España, patria de los poetas
que cantaron la vida, el júbilo y el sueño
de ser siempre mejores; patria de los poetas
cuya cárcel terrena convirtieron en cielo.

Todo ha cambiado ahora: nada sigue las reglas
del respeto a la gente, del trabajo bien hecho:
ahora manda el bolsillo, el temor al futuro,
la amenaza, el olvido y el gatillo ligero.
¿Dónde están los Quijotes que Cervantes creó
para limpiar el mundo de gigantes y arrieros,
de arteros bachilleres, de barberos indignos,
de la mala simiente que estorba el trigo bueno?
¿Dónde están los deseos, las bellas esperanzas,
las buenas intenciones de Francisco Quevedo,
que con palabra aguda sacudió las alfombras
que ocultaban los tamos del engaño y el miedo?

Desde esta España libre, de encinas y olivares,
de ríos que reflejan serenos y altos cielos,
de pueblos donde viven también honradas gentes,
pido otra vez la paz  para este mundo nuestro,
la paz que vuelve iguales el pobre y el pudiente,
el famoso, el anónimo, el sano y el enfermo.
Pido siempre la paz sin desmayar la voz
como hizo no hace mucho desde aquí Blas de Otero.