miércoles, 19 de febrero de 2014

TRÍPTICO DE UN TIEMPO DE JÚBILO






                                             A mi familia y en especial a Nato



 I.

Un árbol tiene hojas
y las pierde sin queja cada año;
lentamente el veneno del otoño
las va en silencio ajando.

Pero vuelve el milagro con el tiempo
a habitar de hojas nuevas sus ramajes,
y es, hermano, cuando pienso en nosotros,
en nuestro tronco común de limpia carne
que formaron un día allá en Castilla
con honrada madera nuestros padres.

Y veo en nuestras manos sus reliquias,
y en nuestras hojas su savia renovada,
su savia hecha de Duero y de Zamora,
de recuerdos que abonan nuestra marcha.

Y el árbol de corteza y cicatrices
un día morirá de puro viejo
o un hacha segará su verde vida
o un hogar con él hará su fuego.

Mas el árbol de carne que formamos
crecerá cada día sin otoños
porque el agua que riega sus raíces
brotando está de manantial sin fondo.
Y hoy, en tu vida un año más, contemplas
sus tramas disparadas sin reposo,
en paz y en libertad hacia el futuro
llevando nuestra casta como tronco.
                                                           1979





II.


La vida, hermano, siempre
nos pone cepos, trampas,
corteza de futuro,
de adultos y distancias;
nos hace recorrer
las sendas no buscadas,
y llegamos de pronto
junto a la blanca tapia
sin haber conseguido
palpar las esperanzas.

Pero siempre llevamos
en el fondo una casa,
una voz maternal,
una brisa de infancia.
Pero siempre llevamos,
cual columnas del alma,
en el fondo recuerdos
de la familia amada,
tal vez un río viejo,
tal vez una muralla,
tal vez un barrio eterno
que todavía nos llama.

Por eso aunque la vida
nos confunda la marcha,
junto a la línea triste
donde el silencio manda
y la luz de la vida
se disipa en la nada,
seguirán respirando
nuestros fieles fantasmas,
con la voz de la madre,
con el sol de la infancia,
en las salas vacías
de nuestra amada casa.
                                                1980




III.

De este tiempo de júbilo, de racimo hermanado,
escojamos la esencia del vino y los abrazos
para que, cuando un día por el camino largo
de nuestra vida estemos a punto de dejarlo
y los recuerdos bajen con tristeza a los labios,
podamos ver de nuevo palpitantes las manos
que en racimo querido levantan estos vasos,
podamos ver los rostros que felices mostramos.

La misma luz ardiente con que ahora brillamos
en el recuerdo entonces vendrá para alumbrarnos
y hacernos menos duros los tiempos de los llantos.

Cantemos el momento con nuestra copa en alto
y entremos en las lluvias, sin miedo, de los años.

Me veo en el futuro con arrugas las manos,
los cabellos con nieve y los pies fatigados.
Pero nada en mi pecho traicionará este canto,
ni deshará los nudos perennes de este lazo
que tejemos ahora con amor en los labios.
                                                                 1981

domingo, 9 de febrero de 2014

BARCA VARADA






                                             (Una noche de radio e insomnio)



Estás durmiendo al raso
en una barca
varada de una playa
cuyo nombre no quieres pronunciar
ahora en antena.
Una barca varada, Job nocturno,
como tu propia vida alimentada
de caricias anónimas.

 Vives, mueres a solas en la arena
sin quejas, sin pancartas,
 como gaviota
que escribe su cuaderno de viajes
sin que nadie lo lea.

Y cuentas, Job,
tus cuentos a la chica de la radio.
Ella sabe escuchar
tu desahogo nocturno, y te regala
una palabra amable
para evitar que pienses en la inútil
renuncia a seguir vivo, en formar parte
de las tristes derrotas sin batallas.

Has elegido
el lugar adecuado para echar
tu mensaje esta noche en la botella
de la suerte desde tu playa anónima:
una barca varada y solitaria,
como tu vida frágil,
en medio de una nada sin espera.
Y cuentas los latidos luminosos
de la luna callada
que llora con su limón agrio tu vida.

Tu vida que empezó anodinamente
en un pueblo del sur que ya no nombras,
de surcos esquilmados, de familia
sin sueldo, de embarazos
no queridos, de partos dolorosos 
y de una hija que se ha ido alejando.

Se lo cuentas ahora en la alta noche,
nostálgico, a la chica de la radio.
Y lo estás contando a todos
con una voz helada
en medio de la noche de diciembre,
tan cerca Navidad que da canguelo
oírte, imaginarte
colgado de tu móvil en la barca.

Ya se ve que tu vida ha sido dura,
y te busca una hija que ni ves
porque la ley lo manda,
y tu voz se entrecorta…

Y enmudece la chica de la radio…
Y yo te escucho en medio del insomnio,
pero bien arropado aquí en mi cama,
con la mujer al lado y bien querido
por mis hijos y nietos,
y la vida resuelta,
y se me abren las carnes con la daga
de tu triste relato.


La chica de la radio te interrumpe,
te aconseja que busques un albergue
donde dormir sin padecer la helada
bajo un techo caliente y una sopa…

Y cuentas que están llenos los albergues,
cuando llegas con miedo hasta sus puertas
y te piden el nombre y otros datos,
y tu intimidad coartan con grilletes
de disfrazada humillación.
Y vuelves a la calle que no exige
religiones ni pruebas, al andamio
donde se hacen los hombres existiendo,
donde reina la libertad anónima.

Y la chica de la radio vuelve
a escucharte en silencio, interrumpido
con un doble “sí”, “sí”, de tarde en tarde
para hacerte sentirte acompañado
aunque se halle a mil años de distancia
porque no puede hacer sino escucharte
y darte algún consuelo con su voz
casi sagrada,
arcángel de la noche que dirige
por caminos de luz al descarriado,
al hijo de la noche y del olvido.

Por eso a ella te agarras con ternura
porque te atiende
y te habla y te acaricia con su voz
de seda, aunque lejana,
como un mago recuerdo de niñez
y te anima a seguirle confesando
el dolor que te hiela
para echarlo de ti, para olvidarlo,
y se interesa en cómo es para ti
un día de tu vida.

Y lo cuentas. Te subes
a un tren antes del alba cada día
con la certeza
de no tener un sitio adonde ir,
pero con libertad y sin traiciones.
El tren es el ombligo umbilical
que te pone en contacto con el mundo
del orden y las cosas aún legales.

Te aseas en el váter del vagón
y purificas
tu tristeza con agua matutina.
Por los cristales pasa la rosada
mientras sueñas en gestos generosos,
manos amigas, nuevas esperanzas.

Y desciendes del tren con la pregunta:
¿Hoy voy a desayunar? Y te conformas
con que te dé un mendrugo el panadero
y el frutero una fruta.
Luego buscas trabajo por las obras,
el que sea, peón, llevar cemento,
clavar los encofrados, arriar
andamios…
y en todas partes dicen:
“No hay huecos, es la crisis.”

Y recorres los bares,
en otro tiempo fuiste camarero,
y solicitas
un sitio en la cocina, servir mesas
o fregar platos.
La respuesta es la misma.
Lo cuentas a la chica de la radio
con voz cortada al borde de las lágrimas
desde la noche fría de la barca
varada en una playa que no nombras
para no dejar pistas de tus pasos.

Y lo cuentas sin elevar la voz,
sin quejarte de nadie, sin rencores,
como otro Job nocturno u otro Sísifo
dispuesto a alzar la piedra nuevamente
en la dudosa luz de otra mañana.

La chica de la radio debe dar
entrada a otro desahucio de la vida
y te desea suerte y que no pases
mucho frío en la barca donde intentas
dormir para olvidar lo que te aguarda
cuando amanezca mañana, compañero
de causas derrotadas,
hijo de la noche y del olvido,
¡oh, Job nocturno, Sísifo incansable!

(De Un camino de luz entre las manos, inédito)