martes, 1 de octubre de 2013

CUARTETO GALAICO



 

I.
 
Frente a un Calvario duerme fiel su muerte
dama de piedra que fue señora un día
de algún pazo gallego.
Al otro lado del altar,
en otra larga muerte ensimismado,
en larga piedra duerme quien fuera su señor.
Y en medio, la lluvia, pinos altos que rezan.
 
Me pregunto cuál fue la soledad o el alto amor
que enredó sus madejas. Dos escudos
relatan sus rápidos linajes
sin heraldos. Quizás una leyenda
tejió su soledad o su alto amor.
 
Ceniza mojada por la lluvia.
Todo está entre estos muros,
bajo el techo silente de la iglesia.
En Cambados, el sueño de granito,
la muerte de la muerte y estos labios
helados en la flor de una sonrisa.
 


II.
 
Me pregunto si este acto de amor de Portonovo
algo tiene que ver con las plegarias
de los altos pinos que ahí, amantes,
rezando, se besan bajo el viento
y ofrecen su prisión a algún dios celta
que les oye en la lluvia.
Amamos como ellos y rezamos
para alargar el hilo del momento.
Los rumores, los gemidos mojados de los pinos
acompasan los besos, los abrazos,
la siembra y el silencio.
 
Me pregunto si este acto de amor de Portonovo
es cosa de la ría,
del mágico obelisco que a unos pasos,
sobre el cantil, señala otro destino.
No sé, pero ahora quieto,
mientras mis manos sueñan todavía
con tu ternura, sigue
siendo el lecho la playa donde el mar
se apacigua y yo un niño
absorto en su inocencia.


 
 

III.
 
Andando hacia la ría
por el camino nuevo de los pinos,
tocamos de repente el aire blanco.
Un poco más y vemos la piedra en el cantil,
obelisco, menhir, magia actual
que nos quita de pronto el barro oscuro,
la torpeza de ser adultos. Niños
en manos del hechizo, caminamos
hacia el borde de vértigo. No hay miedo:
volamos sin nostalgias.
Sólo niños, subidos al cristal
donde el tiempo es un brillo que se queda
brillando en una arista.
 
Adiós, ya volveremos
a la hora de hacernos otra vez
los casados que ocupan una mesa
al lado del piano en el salón.
Ahora ...
Sólo está el obelisco, menhir celta,
marcando nuestra cálida deriva.


y IV.
 
Esta noche es la última.
Dios sabe cuándo habremos de sentirnos
tan libres y tan niños como ahora.
Los pinos y sus besos
serán versos un día, pero ahora, esta noche
son testigos de vida.
Como el fuego que hace arder el orujo,
el azúcar quemado, los granos de café
o la olla donde cantan las brujas.
 
La fórmula hechicera, la joven hierofante,
las sombras como hiedras trepando en las columnas
del salón. Y nosotros,
rezando la oración de la memoria,
endulzando las hieles del pasado
con estas mieles. Bebo
lentamente la taza de los ritos
sin que se cuele aquí el granizo oscuro
de lo que espera luego. Sólo cuenta
este embrujo de ahora,
caliente y duradero, de la maga Galicia
que nos da en un instante la luz de su misterio.

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