Despierta el
olor del mar
como si abriera
una ostra
su magia de
perla y sal.
Ella está
mirando al mar
y yo la estoy
mirando a ella.
Ella es mi
espejo vital:
sólo vivo de su
estela.
Paloma,
palomita,
palomera,
saca ya tu
muerte afuera.
Esponja las
plumas,
abre los ojos
y vuela.
Y con las alas
abiertas,
dominando de
nuevo las nubes
de fiesta,
maldice las
ruedas
que te
arrebataron
la vida que
sueña.
Despierta,
paloma,
palomita,
palomuerta.
Ya no ven tus
ojos
ni tus alas
vuelan
ni tus plumas
sirven
para una cometa.
Tu cuerpo
aplastado
en la carretera
es ya sólo un
verso
que espera un
poema.
Maldito el
silencio
que sembró una
rueda.
A un paso los barcos
del sol del
paseo,
mástiles de
aire,
sirena de
hierro.
Y nosotros dos,
dioses en un
sueño.
Aquí todas las
cuerdas
las toca el
viento:
los cables de
los mástiles,
los pinos
viejos,
y las palmeras,
que en sus ramas
se mecen
mil habaneras.
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