Se nos llena la boca con la palabra paz
mientras las manos buscan
espadas y fusiles.
Hablamos de sonrisas, de
luz y de verdad,
y alumbramos el alma con
llamas de candiles.
Va el mundo tan aprisa, que
la paz se ha olvidado,
y no regresa sola
gritándola en los muros.
Hay que alzarla de nuevo y
llevarla al costado
como otro corazón con
latidos más puros.
Blas de Otero pedía la paz
y la palabra
con un libro de versos
ayer, como quien dice.
Y no hicimos oídos al
labriego que labra
en un campo de piedras y
encima lo bendice.
La paz se siembra libre
mirando a los demás,
olvidando las penas que le
acechan a uno,
con honor, con orgullo, sin
dar la marcha atrás,
para que todos ganen y no
pierda ninguno.
Se puede hacer en casa, en
labor silenciosa,
cumpliendo los deberes que
nos ponen los días,
educando a los hijos,
venerando a la esposa
y, si queda algún tiempo,
regalando alegrías.
Así se da la paz, como se
da en los templos,
a la vista de Dios, entre
rezos y velas:
la paz serena y limpia, con
pruebas, con ejemplos,
¡la paz que nace libre de
nuestras entretelas!
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