martes, 14 de octubre de 2014

DE VUELTA A LA PINEDA



He vuelto a La Pineda, a su calma dormida
sus palmeras de luz y sus pinos de hierro.
Y aún hay chiringuitos y hamacas en la arena,
a pesar de que octubre tiene fama de brujo
y convierte de pronto los paseos en ríos,
las risas en silencios y en noches las mañanas.
Pero es casi primavera en vestidos y en ánimos
y la gente mayor se agolpa en las terrazas,
al sol, junto al vermut, soñando más que nunca
que la vida es un trago en honor a la edad.
He vuelto a ver las olas dormidas en espumas
y los mástiles quietos en el verde horizonte,
y he pensado de pronto que también necesito
olvidar que es otoño y que soy ya mayor,
y camino despacio como en un sueño bueno
que me regala todo y me quita mil años.


Es noche de palmeras apagadas,
de escenario de hotel iluminado
por la cálida música del sur,
de guitarras, de vuelos encendidos,
jardines andaluces y violines
que lloran en las fuentes
entre rosas de amores
que murieron en noches como esta
en que el cielo se cubre de amenazas,
de lluvias otoñales.
Han caído unas gotas en la mesa que ocupo,
pero suena la melancolía Falla
y en  la tarima los tacones
de las bailarinas cantan mil coplas,
y me sumo en el sueño de otro tiempo
vivido en algún patio de Granada,
aunque este ballet españo,
de faldas con volantes y abanicos,
esté preparado sólo para turistas.


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