viernes, 15 de noviembre de 2013

CINCO POEMAS CON CLAUDIO RODRÍGUEZ



                                                        A Paco Brines, tan afín a Claudio

 

I.                                    “¿Quién hace menos creados
                     cada vez a los seres?”
 
Nosotros somos sólo seres débiles
que soñamos la vida en breves cosas,
pequeñas y fugaces, hasta hacernos
como ellas sacrificio, como el barro,
como el agua sin vuelo, como el viento
sin otoño, sin lluvias; en la espera
de que ocurra un milagro y nos levante
hacia la luz del cielo, claraboya
de abrazos, borrachera de albas limpias
sobre el mar infinito de los goces.
 
Nosotros somos sólo seres débiles
que soñamos la vida en breves cosas,
pero no prescindibles como ellas.
El barro se hace adobe y en él muere,
y el agua es sólo espejo mientras dura
cuajada en los silencios de los charcos,
Sin vuelo, sin milagro, sin espera,
como el viento sin lluvias, sin otoño,
perdido en los recodos de su muerte.
 
Nuestra espera es fecunda; su milagro
es buscar en la vida la alta luz,
la claridad que explica nuestro sino:
seguir subiendo en fiel persecución
hasta encontrar el verso que nos vista
y dé la forma justa que soñamos.
 
Sí, soñamos la vida en breves cosas,
pequeñas y fugaces, pero de ellas
aprendemos a alzarnos de las sombras.
 







II.                                   “y en sus manos
brilla limpio el oficio.”
                        
Nosotros somos sólo pobres hijos
de nuestro oficio. Al alba levantamos
nuestros cuerpos camino del antiguo
andamio, un día y otro sin pensar,
sólo mirando arriba y ver el mundo
cómo se va formando a nuestros pies
con el sudor, los callos, la fatiga,
despedidas de amigos, familiares
que van como las olas arribando
a nuestra pobre arena y alejándose
de nuestros ojos amorosos. Somos
sólo la voz, la mano y la mirada
del taller verdadero, que no duerme.
 
La voz que habla a la vida más humilde
y la canta como si fuera el dios
de sus afanes, de su fiel infancia.
La mano que acaricia el pan que sale
de sus hornos humanos, el racimo
que en vino eterno adornará su casa,
la pluma que un día escribirá el poema
del trabajo bien hecho. Y la mirada,
que al fin cegada por la luz más pura
descubrirá el jornal mejor ganado.
 
 




III.                                 “ahora
que estamos en derrota, nunca en doma.”
 
¡Qué bien supiste tú, Claudio Rodríguez,
que el dolor salva siempre
aunque estemos perdidos
y parezca que la luz está lejos
del pan y del camino!
Paralelo a la vida va el dolor,
la derrota insistente,
pero también la fuerza
que nos alza como a Anteo de la tierra,
del golpe y la caída.
 
El dolor, lo supiste,
poeta sacudido,
es el campo de trigo que nos salva,
la alegría del surco,
la alegría del cielo anubarrado
pero lleno de siembra.
El dolor es la infancia,
el desván y los sueños,
la familia, la casa con los padres…,
lo que ahora es recuerdo
pero alimenta al alma
y la alegra por dentro con su luz.
Alegría que siempre nos espera
pese al paso del tiempo,
pese al miedo a la muerte,
porque es verdadera,
como tú y como yo, como estos versos
que escribo para ti desde el dolor.
 
 



IV.                                “Que no me deje a oscuras
             tu codiciosa luz olvidadiza y cárdena
              mientras llega el invierno.”
 
Tu mes era noviembre,
secreta calidad,
canción del aire, fiel revelación
de la vida más alta.
No sabemos qué entrega, qué virtud
te hacían sus recuerdos, sus ausencias,
su olor a pan ahumado y a castañas
asadas en familia.
Por lo que a mí respecta,
noviembre me sumerge en un silencio
de telaraña rota,
ajena a su solemne geometría,
a su estival palpitación ardiente.
 
¡Noviembre y sus mañanas
abiertas a la luz como una puerta
al misterio más limpio!
Se repliegan los odios
ante el íntimo amor de la caricia
que su luz salvadora
envía a los jardines.
 
Es música este son que entre las hojas
que caen a tierra captan mis sentidos.
Y claridad serena
esta luz que anuncia el gris invierno.
Pero el tacto del aire semioculto
en la yedra apagada,
sueño al fin de una lánguida tristeza,
son los versos marchitos,
puertas frías donde llama la muerte.
 





V.                                 “Ahora se salva lo que se ha perdido.”
 
¡Cómo fuiste aprendiendo que la vida
acaba convirtiéndose en un cuerpo
perdido en los recodos de la muerte,
hecho cenizas!

Mientras tanto la lluvia de la infancia,
las calles generosas, la familia,
iban tejiendo sábanas de sombra
en tu camino.

Y aprendiste que la luz nunca olvida
aunque se aleje infiel después del robo.
No te falta razón, Claudio Rodríguez,
porque lo veo.

Ahora se salva lo que se ha perdido
poniendo el corazón sobre el tablero.
La vida es la memoria que la canta
y la perdona.

Debemos recordar la primavera,
la flor de amor que puso en nuestras manos
y la gracia serena que ardió un día
en nuestros ojos.
 
Es posible que sea bella la muerte
y cantada en los versos más sinceros.
Pero la vida es vida y hay que amarla
hasta la muerte.

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