Volver a ver
Roma,
sus iglesias, sus éxtasis, sus fiestas,
sus Berninis,
sus helados de salvia, sus noches de
cerveza,
camino del Pavone por fieros adoquines
y un tráfico diabólico en una ciudad
santa,
entre dormidos ángeles y Caravaggios
plenos
de extraña humanidad y santa rebeldía.
Volver a ver Roma
y vivir el bullicio del Trastévere
humano,
la soledad nocturna, fiel de Giordano
Bruno
en su Campo dei Fiori, enfundado en su
bronce,
con su libro y su luna, su lucha y sus
cenizas.
Y tomar en un bar spaghetti alle vongole
y en otro bar un vino de aventura y
tristeza .
Yo he vivido el Gianicolo entre pinos
románticos,
avenidas de estatuas y la encina de
Tasso,
tan callado y tan vivo en su tumba de
iglesia,
y la revolución del mejor Garibaldi…
He vivido saberme total cosmopolita
allí en el corazón del mundo más antiguo,
atado a la belleza y al sagrado far
niente.
Echo de menos Roma, ahora que estoy
lejos,
metido en la rutina de mi humilde ciudad,
en un noviembre claro de dalias y
castañas
donde el viento se esfuerza por robar
nuevas hojas.
Otro mayo vendrá con ruinas y
amapolas.
Hasta entonces, vivir, vivir en unas
ascuas
de espera por volver a ver la Roma
eterna.
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