jueves, 7 de noviembre de 2013

TRÍPTICO DE EL CAMINO DIARIO


 

 

1.
 
Yo no habría querido asistir
a la muerte anual de las hojas,
ni a la lluvia del hombre en el mundo
sobre amargas trincheras
--y catedrales limpias
y sucias caretas--,
ni a la lucha feroz por el vino,
por el pan de la guerra,
ni a la trampa del lecho que lleva
la raza a la huesa.
 
Pero ahora ya es tarde,
y mis ojos conocen la escala
que sube del sótano al brillo
de la inmortal estrella.
Ya no puedo volver,
ya no quiero volver: soy la gota
de agua en la lluvia del hombre,
y conozco la fuga del pan
y el camino que aguarda en la niebla
para hacerme más hondo,
más hombre y poeta,
cantador del futuro y la magia
que sostiene la luz del planeta,
al hombre siempre solo,
siempre en guerra
para hacer de su raza un racimo
de esperanzas abiertas.

 
2.

Canto el trabajo del hombre,
el esfuerzo diario que le cansa el cuerpo
y le enrecia el alma,
canto el trabajo bien hecho
porque le da la paz y le hace libre
sin estatuas ni premios.
 
Nace el hombre armado de herramientas
y hasta que no esté muerto
y sus manos se olviden del aire,
seguirá construyendo zapatos,
yugos de animales que preparen la tierra
para dar trigo luego,
seguirá haciendo caminos,
ladrillos para casas y hospitales,
medicinas y féretros.
 
Canto el trabajo del hombre y canto al hombre
solitario y señero
porque no sobra nadie
porque nadie está de más en este esfuerzo
de ir forjando el mundo día a día
sin esperar reconocimiento.
Con nuestras manos y nuestros cansancios
alzamos la paz y andamios nuevos.
 
Estoy dispuesto a no cantar el llanto
de las viejas maderas con el viento,
ni los dientes de las olas tenaces
abriendo mil heridas al cantil,
ni la paz de la tumba escondida
en las sombras de un templo.
Estoy dispuesto incluso
a no escribir la letra de estos versos.
 
Pero no me pidáis que no cante
la esperanza del hombre,
su miedo a no alcanzar la paz que busca
a través de su esfuerzo,
guerra cotidiana que le hace libre
sin estatuas ni premios.

 
3.
 
Sigue a ese hombre,
sigue a esos ojos cargados de cien guerras,
sigue a esas manos vacías de regalos
y llenas de herramientas.
Sigue a esa hechura de milenios
antes que tú repartida en la tierra,
en la raza de sueños infinitos
de todas las conciencias.
Sigue a esa existencia interminable
anclada en este instante en unas señas
de andamios y semanas sin respiro
hasta esa entraña abierta
donde los trenes conversan con ternura
de amores y suicidios, de hambre negra,
de milagro de panes y justicias
compradas, cicateras.
Síguela hasta el campo, hasta la fábrica,
hasta los despachos o las escuelas,
hasta los hospitales dolorosos
o las tumbas que esperan.
 
Y retrata su esfuerzo inesperado,
la erosión de su carne y de su esencia,
la embestida del surco y de la espiga,
la lágrima que ciega.
Las espadas del humo y el hastío,
el hedor de la tinta traicionera,
la sábana tristísima y el broche
impío de la huesa.
 
Síguela y aprende cómo todos
empujamos unidos la existencia,
la enorme eternidad de nuestra raza
con muertes verdaderas.
Sigue a ese hombre
y bésale las manos: es tu esencia,
él es todos nosotros encarnado
en carne nuestra.
En esa ropa indestructible suya
pero a la vez perenne y duradera
va el camino del hombre, esta raza
nuestra, sola, señera.

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