jueves, 2 de enero de 2014

DÍPTICO PARA RECIBIR UN NUEVO AÑO EN BARCELONA





I.

No importa el cielo gris de Barcelona,
tan propio de este tiempo,
ni el patio silencioso que me mira
a través del ventanal,
con su eterno silencio y el molino
que gira en pos del viento,
y el tilo sin vestido que recuerda
otros tiempos mejores.
Lo que importa es que nada está de más.
El paseo que hemos dado en la mañana,
la última del año, en la Babelia
de los gustos, o sea, la Boquería
en busca de algún pato que visite
nuestra mesa esta noche, la última del año.
Nada está de más en estas horas
que preceden al llanto de las uvas
y al repique festivo de las doce
recibiendo al año que aparece
sumergido en el oro del champán.

Mientras tanto, en el horno se asa el pato
y leo versos de Zorrilla...
Horas lentas como tentando al año
que muere a que no muera todavía.
Pero ya lo que importa solamente
es vivirlas con versos desgranados
del poema de la vida
y sorbos de Moet Chandon, burbujas
donde muere la Nochevieja
entre los suculentos hijos de la mar.

Y tocará el Ser del Milenio
las doce campanadas en Montjuic
y surcarán los fuegos el crespón
de la noche bisagra de dos años...
Luego, poco a poco, el cielo oscuro
pondrá sobre nosotros su manta de silencio.
Y mañana será otro día más,
de otro año igualito al anterior
quizá con otras calles más humanas.














II.

Es otro día nuevo; obvio, evidente.
¿Pero qué nos hace saber que es el primero
de trescientos sesenta y cinco días,
si tenemos el mismo cielo gris,
los mismos bisbiseos familiares
en el patio del tilo y el molinillo
que no para de andar en pos del viento?

Sin embargo, en las horas, se abre el cielo
y el sol calienta un poco las aceras
mientras vamos al mar en autobús.
En la Barceloneta vive
la gente a espaldas de la muerte
con sones de guitarra y restos de la la fiesta.
Al sol, tomamos el vermut
mientras estrenamos el aire frío de este año
que acaba de empezar entre palmeras,
a la vista del viejo teleférico
y del hotel vela de barco
anclado en el paseo y monumento
al mar y al bienestar...

Mañana al sol, ya digo, con el frío
en las piernas y cálido el corazón...
Otra mañana
con las típicas señales de la vida:
jubilados jugando al dominó
a un paso de la playa,
--las olas, cansadas de bogar toda la noche,
han dejado la espuma en el pasado,
como ellos, que sólo ansían vivir
este presente que acaban de estrenar
entre cervezas y cigarros--;
esclavos de la suerte levantando
esculturas de arena ante los ojos
de la masa que pasa sin mirarlas;
bicicletas de todas la edades,
perros viejos que arrastran a sus amos,
amos jóvenes que arrastran su conciencia
sobre un banco bajo el que yacen las uvas
que no pudieron trasegar anoche...
Y  comulgando con patatas fritas
se va hacia el mediodía la mañana...

Después, por la tarde, el cielo gris de siempre,
el frío en las aceras y las luces
en las farolas anunciando la noche.
Y al poco tiempo,
mientras nos empuja el río de la gente de la feria,
entre juguetes y bisutería, cae la noche
hermosamente azul de Barcelona
y nos envuelve con su misterio niño
casi sin estrenar,
mientras nos llena de nostalgia
el olor de los boniatos
que se asan despacio, como el lento
transcurrir de estas horas
que desenredan la madeja de otro año.
                           Barcelona,
                           31 de diciembre de 2013- 1 de enero de 2014
                                                                                   

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